Todos sabemos de la gran plasticidad de las abejas para ir cambiando de rol a medida que se desarrollan. De esta forma, evolucionan desde abejas jóvenes, encargadas de producir la jalea real, a abejas maduras productoras de cera y, finalmente, ya mayores, se convierten en pecoreadoras, encargándose de recolectar miel, polen, agua y propóleos. Sin embargo, sus funciones también pueden evolucionar de forma inversa en casos de necesidad. En cada una de esas fases las abejas consumen o producen jalea real, y acumulan una mayor o menor cantidad de reservas, principalmente en forma de una proteína, la vitelogenina. Esta acumulación de reservas es de vital importancia especialmente en otoño, momento en el que se generarán las abejas que van a pasar el invierno, Münch 2010.
Para ello las colmenas deben tener disponibilidad de nutrientes con floraciones como: brezos, biércol (Calluna), altabaca, madroños… Pero si no hay, o si fallan por meteorología desfavorable (lo que es más frecuente últimamente) o existe pérdida de vegetación por los incendios forestales, es conveniente pensar en aportar una alimentación suplementaria. Simultáneamente, tendremos también que realizar los controles de varroa.
Una buena otoñada disminuirá sensiblemente las pérdidas invernales y facilitará la arrancada de las colmenas en la primavera temprana. Se puede decir que el otoño es realmente la época en la que comienza la campaña apícola.
Para tener una buena otoñada es preciso, por tanto, que las colmenas:
Si cubrimos esos tres puntos satisfactoriamente el nivel de bajas invernales será soportable, y las colmenas llegarán al inicio de la primavera con vigor suficiente, pudiendo arrancar rápidamente y comenzar bien la campaña productiva.
Al igual que se mencionó en el punto 1 del post de manejo de las colmenas en verano, deberíamos revisar el vigor de las colmenas al inicio del otoño, para evaluar las acciones a emprender. En este caso centraríamos las decisiones en valorar la viabilidad de la colmena, liberar espacio en la zona de cría (a veces se bloquea de polen o de miel), alimentar si procede y fusionar las colmenas que se consideren no viables. En esta época solo se puede trabajar sobre las reinas (cambio, enjambrar) si hubo anteriormente una cría de zánganos suficiente.
En otoño deberíamos tener un aumento de población que permita llegar al invierno con suficiente masa de abejas como para garantizar una buena zona de control térmico. Eso es una parte de la supervivencia al invierno. Evidentemente, esta zona de confort para las abejas será mayor o menor, dependiendo del clima, y estará modulada por la meteorología del año.
Por ejemplo, en zonas con clima mediterráneo, una colmena suele perder generalmente 1-2 cuadros de abeja en invierno, por lo que deberíamos acabar el otoño al menos con unos 5 cuadros de abeja y unos 2 de cría. Si es necesario, como ya se mencionó en el post de manejo de las colmenas en primavera, para permitirles controlar ese espacio especialmente en zonas frías, es conveniente utilizar partidores del volumen interno o “ponchos” (Foto 1).
Para el crecimiento poblacional citado anteriormente hará falta una floración otoñal. Aunque a veces esta floración pueda significar cosecha de miel, se deberá dejar a las abejas suficientes reservas para que pasen el invierno. Un reciente trabajo realizado por la Facultad de Veterinaria de Cáceres, fija ese umbral de reservas para la supervivencia invernal, en un mínimo de 3.500 cm2 de miel para su zona (comunicación personal). Eso son casi 2 cuadros Layens o Dadant completos y unos 4 Langstroth. Y no hay que olvidar la necesidad de un 20 % de esa cantidad en reservas de polen.
Si no hay suficientes aportes externos se puede complementar con una nutrición adecuada:
Como también se ha mencionado en el post de los manejos de primavera, el alimento ha de estar siempre en la zona de actividad de las abejas (Foto 2).
Al igual que se mencionó en el post de primavera, es imprescindible monitorear la población de varroa, para actuar oportunamente controlando su población.
Deberíamos revisar unas 10 colmenas (sea el tamaño del colmenar el que sea), 5 de ellas en la zona de la primera fila por donde entran las abejas, y las otras 5 de aquellas en las que observemos síntomas sospechosos en la piquera: presencia de abejas con el virus de las alas dañadas, pupas expulsadas, incluso la presencia de algunas varroas muertas enfrente de la piquera o en los bordes de esta.
El monitoreo de la población de varroa puede hacerse sobre abejas adulta o sobre cría de obrera. En esta época habrá más de los 2/3 de la población de varroa reproduciéndose bajo los opérculos de la cría.
La observación directa de varroa sobre abeja adulta no es fiable, ya que solo alrededor del 20 % de ellas son visibles en la parte media y superior, el 80 % están no visibles, fijadas sobre la parte ventral. Es necesario desprenderlas. Para un monitoreo fiable sobre abeja adulta se deben tomar unas 200 obreras de un panal con cría operculada, y desprender las varroas adheridas con alcohol, que es más efectivo. Una herramienta que puede ayudarnos en este monitoreo es el EasyCheck.
Para el monitoreo sobre cría de obrera deben desopercularse unas 200 celdillas, con un cuchillo sumamente afilado, o un cúter, y vaciarlas golpeando en la tapa de una colmena vecina. El monitoreo sobre cría de zángano no es fiable, ya que al estar este en la periferia de la cría es posible que la población de varroa no se haya extendido aún hasta él, y obtengamos falsos resultados sobre la presencia de varroa.
Si el monitoreo supera el 3 % de varroa sobre abeja nodriza, o el 9 % sobre cría operculada de obrera, se debe hacer un tratamiento de control para garantizar altas tasas de supervivencia invernal.
En esta época es más peligroso el desarrollo de enfermedades asociadas a varroa, como los virus, especialmente el de las alas dañadas, DWV (Foto 3), y los de la parálisis, APV y CPV (Foto 4).
También es una de las épocas, junto con la primavera temprana, en que aumenta la incidencia de nosema, sobre todo si se da uno o los dos factores de estrés que la hacen más peligrosa: asentamientos húmedos y déficit de polen. Recordemos que uno de sus síntomas es la presencia de mortandad en forma de arco delante de la piquera (Foto 5), y que la mayoría de esas abejas muertas tienen el abdomen “corto”, es decir, más corto que las alas. De cualquier manera, el diagnóstico seguro de esta enfermedad es laboratorial.
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