Las pérdidas de colonias de abejas suelen ocurrir sobre todo en el invierno, período en el cual entran en una fase de gran dependencia de sus reservas alimenticias. Previamente, durante el otoño, las abejas invernales se desarrollan, adquiriendo reservas corporales de grasa significativamente superiores. Por lo tanto, cualquier malnutrición en esta etapa inevitablemente tendrá repercusiones en la cantidad de población que formará el racimo de abejas durante la época fría, encargándose de mantener la temperatura en el interior de la colmena. El período otoño/invierno también es crítico en lo referente a las infestaciones de varroa mal gestionadas y los virus que estos ácaros transmiten, provocando el colapso de las colmenas. Así mismo, es en este momento cuando la infestación por Nosema ceranae suele manifestarse, produciendo a una despoblación de la colonia.
Cada año, la plataforma Bee Informed Partnership revela las estadísticas relacionadas con las pérdidas de colonias en los Estados Unidos. Apoyándose en una red compuesta por apicultores e inspectores apícolas, recolectan datos de más de 3.000 apicultores, que gestionan un total de 314.360 colonias, lo que equivale a aproximadamente el 12% de los 2,7 millones de colmenas estimadas en el país.
Los datos preliminares para la temporada 22-23 no son buenos. Han estimado una pérdida durante el invierno de alrededor del 37,4%, un aumento significativo en comparación con la pérdida del 24,2% en el invierno 21-22. Recordemos que las abejas en los Estados Unidos juegan un papel crucial en la polinización de más de 100 cultivos.
Aunque las grandes empresas apícolas pueden absorber tales pérdidas manteniendo su rentabilidad, esta situación está lejos de ser ideal. El problema va más allá de la simple pérdida de colonias y su valor económico; también abarca el riesgo inherente a la agricultura que conlleva la desaparición de los polinizadores. Apicultores, veterinarios y técnicos apícolas, estamos llamados a examinar las causas subyacentes de estas pérdidas, con el objetivo de corregir en la medida de lo posible esta tendencia, pero ¿qué podemos hacer? Exploremos más a fondo la situación y sus causas potenciales.
La infestación por varroa durante el invierno y la pérdida de reinas en la primavera son percibidas por los apicultores estadounidenses como los principales motivos de la pérdida de colonias, seguidos de cerca por condiciones meteorológicas desfavorables. Sorprendentemente, los apicultores aficionados registraron pérdidas anuales más significativas (54,6%) que los profesionales (47,9%). Esto puede sorprender, ya que una de las principales dificultades de la apicultura es el tiempo dedicado a la vigilancia y al tratamiento de la parasitación por Varroa, un desafío mucho mayor para los apicultores encargados de gestionar miles de colmenas que se mueven por diversas regiones que para aquellos llamados hobistas, con explotaciones pequeñas y estantes. Las mayores pérdidas entre aficionados en comparación con los profesionales podrían atribuirse a la capacidad de estos últimos para detectar prematuramente los signos de infestación e intervenir de manera un poco más eficiente.
Aunque algunos apicultores profesionales se benefician de los equipos de «Tech transfer» del Bee Informed Partnership (grupos especialmente dedicados a la inspección y gestión sanitaria para apicultores profesionales en EE. UU.), pero por distintos motivos muchos no utilizan este servicio.
Los apicultores aficionados y aquellos que no participan en encuentros apícolas a menudo se encuentran desamparados. Aunque existe información y protocolos, su implementación a veces es escasa.
¿Cómo manejan los apicultores las infestaciones de varroa? ¿Exploran nuevas estrategias? ¿Modifican sus prácticas y rutinas? La gestión de varroa es esencial, pero está lejos de ser sencilla y requiere una gran experiencia y un compromiso constante para controlar eficazmente el nivel de infestación parasitaria.
La lucha contra varroa ocupa un lugar primordial en la gestión apícola. Cada apicultor debería intensificar la implementación de un protocolo de detección riguroso, que incluya:
En base a estos datos, el apicultor puede tomar una decisión informada sobre si tratar o continuar con la vigilancia. La pregunta sigue siendo: ¿realmente dedicamos suficiente tiempo a la evaluación de la infestación por varroa?
Es frecuente que personas aficionadas comiencen en la apicultura sin haber recibido previamente la formación adecuada, careciendo así de las habilidades o información esencial para monitorear o tratar una infestación por varroa. Para los apicultores profesionales, manejar este problema puede terminar consumiendo mucho tiempo, especialmente cuando gestionan miles, o incluso decenas de miles de colmenas.
El seguimiento riguroso de la infestación implica organización y llevar el equipo de muestreo durante las visitas regulares a los apiarios, anotar los datos con precisión y mantener un registro meticuloso de los recuentos, tanto antes y durante y, muy importante, después de los tratamientos. Utilice exclusivamente tratamientos homologados para su uso en colmenas, cuya eficacia, no toxicidad y niveles de residuos hayan sido validados para dicho uso.
Esto también exige una vigilancia constante respecto a las reinfecciones. Sin un seguimiento frecuente del nivel de parasitación, el apicultor puede ser inducido a error, estimando la infestación mucho menor de lo que realmente es.
Algunos apicultores sugieren que los hábitos de los ácaros de varroa han evolucionado a lo largo de las últimas décadas, ya que ahora parecen esconderse mejor entre las placas abdominales de las abejas en lugar de estar visibles sobre tu tórax como antes. Así, los apicultores que confían únicamente en la detección visual de los ácaros podrían estar subestimando su número. Sin embargo, también es crucial destacar que los virus juegan un papel predominante en la pérdida de colonias.
En el año 2000, Mike Hood y Keith Delaplane escribieron en ‘Mites of the Honey Bee’ que una muestra de 300 abejas justificaba un tratamiento si se encontraban 15 ácaros en ella, lo que representa una tasa del 5%. Hoy en día, los umbrales actuales establecidos por la Honey Bee Health Coalition recomiendan un máximo de 3 ácaros por cada 100 abejas.
En cuanto a los umbrales recomendados en España: 3% en abeja adulta y 9% en cría de obrera.
El cambio climático, con sus frecuentes sequías y sus olas de calor intensas, tiene un impacto sustancial en las abejas. La nutrición de las colonias se ve seriamente comprometida de varias maneras:
Así, el cambio climático, junto con la exposición a los monocultivos, aumenta la dependencia de las colmenas hacia una alimentación complementaria de calidad. Idealmente, los jarabes de azúcar solo deberían administrarse en situaciones específicas. El debate actual se orienta hacia el uso de alimentos ricos en proteínas, suplementos vitamínicos, probióticos y prebióticos para fortalecer la inmunidad de las abejas.
La importancia del microbioma comienza a salir a la luz: las bacterias beneficiosas presentes en el intestino de la abeja actúan como una barrera contra las infecciones, incluida la nosemosis y varios virus. Este socio protector se beneficia de una alimentación natural por lo que un uso excesivo de la alimentación basada únicamente en jarabes, y en particular el uso de antibióticos (nota: prohibidos en la Unión Europea, pero permitidos en Estados Unidos y Canadá), puede empobrecer su diversidad y, por ende, dañar la salud de la abeja.
En este contexto con cambios ambientales tan dramáticos, las prácticas convencionales de gestión nutricional ya no son suficientes.
Las temperaturas más elevadas influencian indudablemente a las colonias, especialmente induciendo una presencia prolongada de cría, lo que no solo favorece el desarrollo de parásitos sino que también complica la gestión de enfermedades, dado que la mayoría de los acaricidas son poco efectivos a través del opérculo. Los apicultores deben anticipar esta situación y estar listos para manejar primaveras más cálidas con más cría –condiciones ideales para el desarrollo de varroa– y un calor y sequía extremos en verano, que provocan estrés nutricional.
Una vez más, a la vista de la evolución de las condiciones ambientales, debemos anticipar los problemas futuros y estar preparados para abordarlos.
Los Estados Unidos dependen en gran medida de las abejas para polinizar sus cultivos. Según el Servicio de Investigación Agrícola, la polinización por estos insectos añade al menos 18 mil millones de dólares al valor total de la producción agrícola, siendo la producción de miel un subproducto en el país.
Las colmenas estadounidenses están particularmente expuestas a los productos agroquímicos, lo que representa una amenaza intrínseca para su supervivencia. Además, los monocultivos provocan un desequilibrio proteico, requiriendo así una alimentación suplementaria para las abejas. Este hecho puede desencadenar un estrés nutricional, conduciendo a una despoblación y una susceptibilidad incrementada a enfermedades.
En todo el mundo, los escenarios son variados. Mientras países como Chile y Argentina presentan tasas de pérdida similares a las de Estados Unidos, con un 53% y un 34% respectivamente, en Europa, las pérdidas fluctúan, alcanzando un 20% en España y un 15% en Alemania y Francia. En Nueva Zelanda, la encuesta anual sobre pérdidas de colmenas reporta una tasa del 13,59% para el año 2022, lo cual es notable, especialmente considerando que los apicultores neozelandeses también trasladan miles de colmenas a través del país. Es notable que su colaboración con Australia, uno de los pocos países que ha permanecido libre de Varroa destructor hasta hace poco, haya sido beneficiosa.
La lucha contra un parásito como el ácaro varroa se basa fundamentalmente en la vigilancia y en la anticipación del paso del parasitismo (la coexistencia del huésped y del parásito sin daños manifiestos) a la parasitosis, donde el parásito provoca una enfermedad en el huésped.
Comprender los múltiples factores que influyen en este fenómeno resulta ser un desafío complejo. Las raíces del problema, incluyendo factores como los efectos subletales de los neonicotinoides o el papel de las infecciones por Nosema o por enfermedades como la loque, apenas están empezando a salir a la luz. Aunque algunos de éstos factores pueden no ser la causa directa de las pérdidas, pueden exacerbar el problema.
Hemos intentado resumir las principales causas, según nuestro conocimiento, que pueden resultar decisivas en las pérdidas de colonias. Tres puntos esenciales a destacar son el estrés nutricional, la toxicidad ambiental y la evolución de las enfermedades parasitarias que requieren una atención, tiempo y recursos financieros cada vez mayores. En ausencia de una solución definitiva contra varroa, la proliferación creciente de patógenos y depredadores que afectan a las abejas a nivel mundial, así como el efecto de diversos factores ambientales estresantes para las colonias, la vigilancia de los apicultores se vuelve indispensable. El apoyo de técnicos especializados es esencial para mantener una cabaña apícola capaz de satisfacer las necesidades de polinización de nuestros cultivos y producir alimentos de calidad. La avispa asiática también tiende a ocupar un lugar cada vez más importante; ahora se menciona a menudo como la principal causa de pérdida de colonias por delante de Varroa.
Es crucial resaltar una segunda interpretación de los datos, en la medida en que las abejas son biomarcadores. Las pérdidas de colonias sugieren que también estamos perdiendo otros polinizadores salvajes, esenciales para preservar la biodiversidad, y esto merece también una especial atención.
Acerca del autor
Juan Molina es un veterinario de la Universidad de Córdoba con especialización en apicultura de la Universidad Complutense. Apasionado de la apicultura, está afiliado a la Asociación Malagueña de Apicultores y ha escrito dos libros sobre el tema. Juan ha desempeñado varios roles, desde Responsable de Calidad del miel hasta impartir cursos para entusiastas de las abejas. También es un reconocido conferenciante en congresos de apicultura.
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